miércoles, octubre 20

El lujo de no tener lujos.

Todas las buenas maneras tienen que principiar compartiendo alguna cosa con sencillez. Dos hombres tienen que compartir un paraguas; si no tienes un paraguas, tendrán por lo menos que compartir la lluvia, con todas sus ricas posibilidades de humor y de filosofía.
G.K. Chesterton 

Nunca en mi vida he tenido un carro. Durante toda mi vida me he movido en transporte público y he sido por lo tanto uno de sus más duros críticos. Los carros nunca me han atraído, ya lo sé, es raro. De hecho, si la memoria no me falla, a pesar de que tuve algunos cuantos carritos de juguete durante de mi infancia, jamás formaron parte de mis juegos favoritos. Es más a mis veintiséis años apenas estoy dando mis pininos en ese complicado arte de manejar. Es necesario aclarar todo esto pues así tendrá mucho más sentido lo que estoy a punto de escribir. 

Yo he sufrido, y aun sufro de vez en cuando, con los interminables tranques, las horribles condiciones de nuestro transporte público, inclusive hace poco dedique un par de entradas a hablar de las peripecias de viajar en bus. Sin embargo hace algunos meses con Hannah compramos un carro. Es bueno tener este medio de transporte y tiene muchísimas ventajas. Entre ellas: el viaje de Hannah al trabajo se convierte en cuarenta y cinco minutos en vez de las dos horas que nos tomaba en transporte público, ¡súper!. Ni hablar de la comodidad y la facilidad de tener un medio propio para desplazarse. 

De todas maneras lo que quiero escribir es sobre el lujo que representa no tener un carro. Sí, NO tener un carro puede ser un lujo y una bendición. Tal vez porque voy un poco atrasado en la educación automotriz o porque no hay una sola vena de mecánico en mi sangre pero así es como lo veo. En dos meses he tenido que aprender sobre radiadores, cabezotes, bujías, filtro de aire, liquido de frenos, aceite, coolant y todo un nuevo léxico. He tenido que preocuparme porque se sobrecalienta el carro o porque se le ponchó una llanta, porque se está quedando sin gasolina o cualquier otra razón que antes ni me cruzaba en la cabeza cuando iba traqueteando en algunos de los buses. 

Y es así como uno se da cuenta de que hay ciertos lujos en la falta de lujos. El tener un conductor que te lleve hasta tu lugar de trabajo; o sea no debes preocuparte por manejar o si se le esta acabando la gasolina, sólo debes dejarte llevar, echar una dormidita, leer un libro, escuchar las conversaciones del vecino de al lado o soñar con tener un carro propio. No debes preocuparte si venció la placa, si hay que cambiar las llantas o el aceite, si va a salir muy cara la reparación, etc.

Pensándolo bien todas aquellas cosas que nos faltan nos libran de un montón de preocupaciones, todas las necesidades son un lujo que no sabemos apreciar. Al no tener dinero por ejemplo, tenemos algo menos de que preocuparnos, no somos secuestrables y a veces ni siquiera robables, al no tener una casa más grande tenemos menos gastos que hacer y por supuesto menos que limpiar y así podríamos sacar ventajas de cada una de nuestras aparentes desventajas. 

No me quejo, sólo pensaba en como a veces es un lujo no tener lujos. Como dijo alguien, no recuerdo quien, el secreto de la felicidad es que deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco. Tal vez haya algo de verdad en esas palabras. Allí esta el reto, ser feliz con lo que se tiene. 

1 comentario:

  1. Genial! Pero haz como yo... Ahí está el carro, pero casi nunca lo uso, jajajajaja...

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