sábado, diciembre 13

La Sombra del Halcón

Hay por lo menos dos nunca en cuanto a los libros. Yo quiero arriesgarme a añadir un tercero. Nunca juzgues un libro por su portada. Nunca juzgues un libro por su película. Y el tercero (recién salido del horno) Nunca juzgues un libro por sus primeras veinte hojas. Y es que por aquello de que el inicio es demasiado soso uno puede perderse autenticas joyas que necesitan un par de páginas para ir calentando y tomando forma.

Lo reconozco, he dejado más de un libro en la primera página porque su contenido no "me atrapo" o simplemente parecía demasiado aburrido. Craso error y ahora me doy cuenta. Bueno, y ¿de donde viene tanta defensa a los libros con inicios aburridos? Pues que hace apenas unas cuarenta y ocho horas he terminado de leer una joya de la literatura, quizás con el inicio más aburrido que podría tener un libro, pero una vez uno se sumerge en sus páginas, se da cuenta que valió la pena. (Pensándolo bien este no es el único caso, "El nombre de la rosa" y "Los miserables" requieren harta paciencia para llegar al meollo del asunto)

Se trata de "La sombra del Halcón" del escritor turco Yamar Kemal. Un libro que se desarrolla en los inicios de la Turquía moderna, las luchas de clases, las injusticias, las crueldades de los ricos y poderosos, es un viaje por una tierra desconocida. Sin embargo con cada página que pasaba me preguntaba si no se trataba de una novela escrita en latino América. Los mismos problemas, el mismo sabor de injusticia y la misma sed de igualdad de clases que podemos encontrar en Gabriel García Marquez o Miguel Angel Asturias.

La trama es excelente, tiene todo lo que puede buscarse en un libro. Sin embargo su mensaje de fondo es también acertado. El libro gira en torno a la vida de un bandolero llamado "Memed el Flaco" es una especie de Robin Hood turco. Temido por los ricos y poderosos amado y defendido por los pobres y desvalidos. En un punto de la novela (para mi el central) Memed el flaco evalúa su vida como bandolero y se pregunta si en realidad vale la pena seguir en la lucha, pues ha acabado con varios terratenientes explotadores, pero cada vez que desaparece uno surge otro. Un sabio nómada de la montaña le responde (palabras más palabras menos) que lo importante no es que el acabe con todas las injusticias en Turquía sino cumplir con su misión, hacer su parte y preparar el camino para los que vendrían después de él.

El reto de Memed el flaco puede aplicar a cada uno de nosotros. El libro no tiene desperdicio, si quieres un viaje por Turquía con sus comidas, sus olores, sus personajes y su idiosincrasia, La Sombra del Halcón es una excelente manera de hacerlo.

Ariel

jueves, diciembre 4

Apuntes sobre Rayuela

Hay libros que necesitan más de una sola lectura para entenderlos en toda su dimensión. Hay otros que, mientras más veces se leen, más desconcertantes se vuelven. Es como si con cada lectura las páginas revelaran más ideas, sentimientos, impresiones… como si cobraran vida. Tanta, que leer las notas al margen escritas por nosotros en lecturas anteriores es como ver un dibujo que le hicimos a mamá cuando teníamos cinco años.

Con Rayuela ha pasado exactamente lo mismo. De por sí es un libro nada convencional, cuya dificultad en seguirlo a veces radica en su estructura –si es que podemos decir que la tiene, pues una de sus pretensiones es salirse de las “turas” y los “ismos”-, en las referencias, en el francés para los que no lo hablamos... El mismo Cortázar dijo que “a su manera, Rayuela es muchos libros”.

No es solamente la historia de Oliveira, de La Maga, de los Traveler o cualquier otro personaje de la obra. Es la historia de una constante búsqueda. “¿Encontraría a la Maga?”, es la primera oración, que define por sí sola el tema central de la obra. Pero Oliveira no busca a la Maga, aún cuando la pierde y se dice que la busca, sino eso que La Maga le ayudaba a buscar, a su manera, entrando y no entrando del todo en el mundo de Oliveira, y ese “sacrificio” que la Maga hizo del “juego” de Oliveira fue su más grande tragedia, fue lo que acabó con ella.

“El centro, el kibutz del deseo, el Cielo”. Formas de describir “eso” que Oliveira busca “como un gran tonto”, como dice la Maga. Una vez más se prueba que las palabras no son suficientes para describir toda la vivencia, el desconcierto humano que es, asimismo, su tragedia.

La primera vez que leí Rayuela me imaginé a los personajes mucho más jóvenes. Ya que desde el principio me hice una imagen mental de los personajes, no presté atención a la aclaración del propio autor más adelante en la obra. Ya en la segunda vez me percaté del error, y fue difícil de asimilar y “recomponer” los personajes en mi mente. Pero lo más difícil fue darme cuenta de que no importa si se tienen 10, 20, 40, 60 años… siempre el Cielo estará a unos centímetros de nosotros, a un leve puntapié a la piedrita para alcanzarlo. El desconcierto, la nostalgia del “Paraíso”, nos acompañará siempre como acompañó a Oliveira en París y Buenos Aires.

En conclusión diría que Rayuela es una descripción de las muchas maneras en que nosotros los seres humanos nos damos contra las paredes buscando eso que ni Oliveira ni nadie ha podido definir. Etienne lo hacía en la pintura, Ronald a fuerza de activismo y de Jazz, todos creyendo que el conocimiento definirá, describirá y explicará eso que llamamos centro, para darse cuenta que el conocimiento per se solo agrava la convicción de que estamos solos ante el mundo, que venimos sin saber lo que buscamos y existe el riesgo de que nos vayamos en las mismas.

Aunque no se le menciona por ningún lado, creo que es básico tener esperanza. Sea donde sea que la busquemos, es lo que nos puede mantener en pie, viviendo al máximo unas veces, sobreviviendo en otras, experimentando, cayéndonos, levantándonos de nuevo… es la capacidad de saber empezar de nuevo cada día, con o sin Kibbutz. Y tal vez así logremos dar el puntapié necesario para hacer llegar la piedrita al Cielo.
Por Isaura

martes, diciembre 2

Millones de prójimos.

La preocupación está a la orden del día. Basta con hojear un periódico, abrir una página de Internet o encender la televisión para enterarnos de la eterna redundancia: este mundo (¿cuál si no?) va de mal en peor.
Muertos en India, violencia en Centroamérica, recesión en Estados Unidos, persecución política en China, abortos a dos por uno en Holanda y así uno puede escoger a la carta la razón por la cual quiera escandalizarse o preocuparse.

Quizás justo ahora que todo el planeta se ha convertido en un pueblo chico (Ya saben, eso del infierno grande) aquello de la ignorancia como bendición resulta cobrar bastante sentido.
Sé que me arriesgo a sonar egoísta pero definitivamente eran mejores tiempos aquellos en los que uno no se daba por enterado de las sucesos hasta un par de meses después cuando la embarcación correspondiente traía las actualizaciones que a su vez ya habían perdido vigencia.Ya sé que más de alguno saltará y rasgará sus vestidos en señal de desaprobación por lo que digo. Pero déjenme intentar explicarme.

La información es útil, sería un tonto si dijera lo contrario. Pero como dicen "sin abuso se disfruta mejor" estamos tan saturados de información que ocurre una de dos cosas. O nos volvemos inmunes a la información o pasamos la vida preocupados por cosas que escapan de nuestras manos absolutamente. Ambas cosas en definitiva están mal.

Yo soy de la tendencia a preocuparme y por ese lado me gustaría no tener acceso a tanta información. Nadie me obliga es cierto, podría pasar de leer los noticieros y dejar de interesarme por lo que ocurre en el Tibet por ejemplo, lugar que solo conozco por fotos, libros y películas. Por eso pienso que eran mejor aquellos tiempos cuando un pueblo chico era en realidad un pueblo chico de unos cincuenta o sesenta habitantes. No como ahora que todo el mundo con sus miles de millones de habitantes, sus cinco continentes y cientos de países han pasado a formar lo que llaman "Aldea Global" y resulta que répica en mi cabeza aquel mandato de "Ama a tu prójimo como a ti mismo" y ahora mis prójimos se han multiplicado por millones y de repente me siento un tanto impotente para ayudarles a todos.

Ya sé, desvarío. De todas maneras siempre lo hago y solo quería soltar esto, tirartelo a ti esperando que quizás tú tengas una respuesta. ¿Cómo contrarrestar la tiranía de la información? ¿Cómo evitar convertirnos en insensibles? o mejor aun ¿Cómo evitar convertirnos en sensibleros?
Yo, lo reconozco, no tengo la menor idea.

Ariel