martes, mayo 8

De viajes en el tiempo y escritos incompletos (y lluvia)

El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto.
Charles Chaplin


En uno de  esos viajes en el tiempo que podemos hacer hoy en día con la magia del Internet, revisar antiguos correos, avergonzarnos de escritos, pensar ¿qué rayos tenía en la cabeza?, alegrarnos de haber perdido contacto con una persona o lamentarnos de no saber más de otra, sentirnos un poco más maduros o peor más viejos, encontré un escrito que supongo era el inicio de una historia mucho más larga que nunca se llegó a concretar (quizá algún día) el asunto es que me causo gracia pues menciona la lluvia que ha estado presente en mi cabeza los últimos días y al parecer los últimos años también. El escrito tendrá unas cuarenta páginas de alucinaciones literarias poco potables, sien embargo me gustan los primeros párrafos, ya lo sé, son míos y por ende me gustan, pero también me gusta releer una historia mordidas a partes ciertas y partes falsas, no es porque sea genial ni nada por el estilo, pero quería compartirles los primeros párrafos si gustan échenles una leída. 

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Lo primero que salta a mi cabeza al recordar aquellos días es la lluvia; fría y destemplada, que se escurría con impaciencia por los oxidados tejados del barrio. Recuerdo sobre todo que me fastidiaba en gran manera cada vez que el cielo se tornaba gris y amenazaba con caerse a pedazos. Amenaza que cumplía cada cierto tiempo arruinando todos mis planes de salir a jugar o hacer cualquier cosa que tuviera el mínimo asome de divertido. Quizás por eso, aún hoy en día, cada vez que el cielo se nubla, mi sentido de humor cambia y una extraña esquizofrenia se apodera de mí. No estoy loco aclaro, solo detesto los días nublados y lluviosos. O por lo menos los detestaba en aquel entonces, hoy puedo decir que los odio. Sin embargo en aquellos días cuando era un niño el odio era un sentimiento prohibido.

Mi madre por aquel entonces decía que yo tenía batería solar, y por supuesto, en mi inocencia infantil me trague todo el cuento. Era por eso que las tardes extra soleadas, tan comunes en mi tierra, tiraba la camisa por los cielos y me acostaba espaldas arriba, (siempre imagine que mis baterías solares se encontraban allí) a recargar las pilas, lo cual me provoco más de una insolación y miles de regaños maternos, yo en cambio sentía que cumplía con mi deber de mantenerme vivo, cargando bien mi batería en previsión a aquellos terribles días nublados que siempre asomaban a la vuelta de la esquina. 

Además de la intermitencia de días soleados y nublados mi infancia se vio matizada por los diversos juegos que solíamos inventar con mis hermanas. Por supuesto al ser ellas mayoría lograban imponer reglas bastante feministas hasta a los juegos más violentos, quitándole así un poco la diversión pero dejándome lecciones que me servirían para sobrevivir en un mundo que de a poco se iba tornando más y más feminista, aunque insistan en tildarlo de machista. Aunque debo aclarar para ser justo que yo le daba también un toque masculino a todos sus juegos de niña.

Tenía cuatro hermanas y cada una de ellas era diferente en todos los aspectos. A veces cuando era consciente de aquella diversidad me preguntaba si en realidad eran todas hijas de papá y mamá o había sido recogida de algún lugar. La última hipótesis tenía muchos factores a su favor que se vieron acrecentados y apoyados aún más al llegar todas casi juntas a la adolescencia y aumentar los conflictos por cuanto cachivaches tuvieran y pudieran pelear. Los días que amanecía realmente sabio, me mantenía al margen de aquellas discusiones bélicas observando y protegiéndome en el momento que los misiles empezaban a surcar el aire. Otros días en los que mi sabiduría parecía haberse ido de viaje, (viajes que eran y son muy frecuentes) tomaba algún bando en el conflicto, casi nunca era el mismo, no obstante los resultados eran casi los mismos. Las partes de la contienda al ver al intruso irrumpir en la zona de combate, milagrosamente encontraban de pronto un punto en común y volcaban su ataque denso y pesado hacía mi persona. Nunca aprendí la lección y por lo menos tres veces por semana (sí, mi sabiduría solía viajar mucho) terminaba escondido en mi árbol oyendo desde lejos los epítetos nada amables que lanzaban en tanta armonía las antiguas enemigas unidas ahora por una causa en común. Quizás si hubiera conocido en aquel entonces el significado de la palabra Mártir, se hubiera convertido en mi favorita y aunque no lo era en el sentido puro de la palabra, me hubiera sentido así: un mártir en persecución.

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