Benjamin Franklin
Tendría yo cinco años y muy poca idea de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Ese año había entrado a la escuela y me encontraba perceptiblemente decepcionado porque ese templo del saber el cual debía darme las llaves de la lectura y la escritura se había limitado a darme unas cuantas tontas tareas de rellenar frutas con bolitas de papel crespón o hacer círculos infinitamente aburridos. De modo que no es mi culpa si por aquel entonces no entendí nada de lo que estaba ocurriendo, si mi mente, que ya empezaba a mostrar signos del lavado cerebral escolar, no pudo percibir la magnitud de los hechos que se desarrollaban en todo el país.
La invasión de Estados Unidos a Panamá ocurrió hace veintiún años. Los recuerdos que tengo al respecto son confusos, recuerdo aviones volando bajo, recuerdo tanquetas y soldados desfilar frente a la casa, recuerdo bolsas de comida para soldados las cuales eran divertidísimas pues nunca se sabía que tendrían adentro y recuerdo también la captura del “hombre fuerte de Panamá” un pobre tipo cansado y ojeroso que de fuerte no tenía nada. Recuerdo la indignación de algunos nacionalistas y el júbilo de otros.
La verdad mucho de lo que he entendido con respecto a la invasión ha sido en retrospectiva. Muy a mi pesar nunca fui un niño genio y los mecanismos de la invasión y las razones por las cuales se llevo a cabo escapaba completamente de mi mente donde todas las personas se dividían en malos y buenos. Hoy sigo sin ser genio pero he podido entender que la invasión a Panamá es uno de esos hechos demasiado complejos como para tomar una postura inamovible.
Mi parte nacionalista brinca indignada ante la idea de justificar la invasión, pero mi parte práctica y realista debe admitir que la invasión o alguna otra cosa grande debía ocurrir para encarrilar nuestro desenfrenado país. Imposible justificar las miles de muertes, aun no hay una cifra exacta y probablemente nunca la habrá de cuantos civiles murieron, imposibles justificar el abuso de poder y la destrucción para capturar a un hombre. Sin embargo tampoco se pueden justificar las muertes causadas por la dictadura o el abuso de poder por parte de Noriega.
Y es allí donde uno debe poner un alto y más que intentar decidir si lo que ocurrió fue bueno o malo, si debió o no ser, tomar notas de las lecciones, apuntar, señalar, recordar e intentar que no vuelva a suceder. Que el poder corrompe que debemos pensar y no solamente dejarnos llevar los jingles bonitos durante la campaña o las gorritas que se regalan. Recordar que la democracia que vivimos, a pesar de lo maltrecha y herida que esta, no es producto de la casualidad sino que fue pagada a precio de vida y sangres de miles de panameños, por eso, por ellos debemos recordar el 20 de diciembre, por eso, por ellos la hora de ejercer el voto debe ser a conciencia, por eso por ellos es que está prohibido olvidar. Por eso, por ellos más que una fecha para despotricar contra los Estados Unidos, contra Noriega o contra quien sea es una fecha para recordar con solemnidad e intentar por todos los medios que nunca más vuelva a pasar.
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