miércoles, agosto 20

"una tentación mediocre..."

Si, la tengo. Ahora mismo, dándole a la tecla, tengo una tentación que resalta un tanto mi mediocridad en el asunto. El sentido común (común en mi comunidad, claro está) que me inculcaron desde pequeño me dice que mejor me calle. Pero lo delicioso del asunto me dice que por lo menos, lo mencione con la mejor de las dignidades. Así que no me voy a resistir.

Hago un viaje mental a través de todos los libros que he leido. El andén de salida está en un pequeño relato llamado “El camino” de Miguel Delibes. Este es el primer libro que recuerdo haber leido, y uno de los que más me han marcado. Su protagonista, Miguel el Mochuelo, pasaba la última noche en su pueblo natal, antes de partir a estudiar a la ciudad. Esa noche es el inicio de una nueva etapa en su vida. ¿qué más? Pues me acuerdo de los de Stephen King (y la noche sin dormir que pasé en la buardilla de la casa de mi abuelo la primera vez que tuve entre mis manos “Desesperación”), los de Agatha Christie (¡qué calidad narrando con dinamismo y frases cortas como clave!), Paulo Coelho (lo siento, pero cada vez me parece más charlatán), y otros más.

El viaje no solo es mental, sino también visual. A mi alrededor tengo un montón de libros que conforman mi pequeña biblioteca. Entre otros, allí están Gabriel García Márquez, Dostoievsky, pequeñas colecciones de Quevedo (“poderoso caballero es don dinero”), Garcilaso de la Vega, Jorge Manrique, etcétera. Todas ellas muy recomendables, por sí mismas y no porque yo lo diga.

Ante este brevísimo panorama ¿Qué puedo decir? Me encanta leer, y no solo novelas o historias, sino también libros académicos de excelente contenido. Pero eso si, reconozco el poder pedagógico de una bien contada historia – miren sino al atemporal Jesús -, y a cualquiera que me preguntara le diría que no debe pasar sin leer a “El capitán Alatriste” de Arturo Pérez- Reverte (y aprender un poco del siglo de oro español); por ejemplo. En el fondo somos como niños, y nos encanta que nos muestren la vida en cuentos. Aprendemos soñando. Pero hasta ahí llega mi palabra. No me atrevo a decir más, ya que mi formación se va por otros derroteros.

Pero, como ya dije antes, lo cierto es que tengo una pequeña tentación. Y si, es cierto: es una tentación mediocre. Ni soy poeta, ni soy un experto en inglés de antaño. Así que no debería ni mencionarlo. Pero la primera vez que lo leí me quedé prendado de ese magnífico relato llamado “The Raven”, publicado por primera vez en 1845. me encanta todo en él.

Estructura: es básicamente un cuento escrito en clave de poesía. No nació de la noche a la mañana, así como después de una mala resaca. Me impresiona que la obra es tremendamente meditada en su arquitectura, y con una filosofía clara de composición (así se llama el artículo donde el mismo autor lo explica), Poe la construye de manera muy metódica. Casi parece una canción, cuya musicalidad implícita acompaña al dramatismo del contenido. Deliciosamente pensado.

Contenido: un hombre desconsolado llora la pérdida de su amada Leonore. En este duelo profundo entra en un sueño, que se ve interrupido por un ruido. La sorpresa a media noche deja perplejo al protagonista, que descubre que a un cuervo, que resulta ser parlanchín. En realidad solo repite una palabra: ¡nuca más! (una palabra en inglés nevermore). Uno va leyendo esa narración y no puede menos que verse envuelto de la escena que se describe. Poco a poco uno se identifica con esa angustia existencial que forma parte de lo más esencial del ser humano, el nunca más. Lo irreversible.

Lo dicho, esto no es una recomendación desde el punto de vista académico, sino más bien desde las entrañas. No solo porque uno lo disfruta y lo canta, sino porque seguramente te hará pensar en el dramatismo humano, en qué papel juega la expresión ¡nunca más! en la experiencia humana, y hasta que punto dicha experiencia encadena.
Además, en esta historia, los animales hablan… ¡qué más se puede pedir!
Quoth the raven, `Nevermore.'

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