B. C. Forbes
Viajar en autobús tiene sus ventajas. No es el lugar más cómodo, ni la forma más rápida de llegar a algún lado, pero ningún viaje en un automóvil por más lujoso que sea nos brinda la mitad de interacción humana, ningún viaje con los vidrios hasta arriba, la música a todo volumen y el aire acondicionado a tope nos da historias interesantes de las cuales formamos parte por cinco segundos o un par de horas. Ya he escrito en otras ocasiones historias sobre autobuses (Buses Musicales y Otra de Autobuses) pero creo que vale la pena hacerlo una vez más.
Estaba a unas cuatro paradas de llegar a casa. La cabeza me zumbaba de esa extraña forma que lo hace cuando el sol es demasiado y el cuerpo exige un almuerzo que se ha ido atrasando. Ya saben cómo es eso. En la parada se sube un muchacho al bus, va con un bastón de ciegos y parece no ver nada. Me avergüenza decirlo pero mi primer instinto fue desconfiar. Soy una persona a la que le cuesta decir no para ayudar a alguien, eso me ha hecho llevarme un par de chascos y perder unos cuantos dólares. No obstante el muchacho se veía autentico, empezó a hablar no como quien se ha memorizado un guión con los clásicos clichés "hoy soy yo, mañana eres tú" etc. Tampoco pretendía hacernos creer que representaba a alguna mágica organización que salvaba niños, ancianos, drogadictos, perros, gatos y quien sabe cuántas cosas más. En un lenguaje bastante atropellado, quizá por los nervios, quizá por la falta de educación nos contó su historia:
Tuvo un accidente de automóvil hace un par de años. Perdió la vista. Uno de sus ojos está dañado irreversiblemente mientras que el otro puede recuperarse con una operación que cuesta diecinueve mil dólares. No tiene esa cantidad de dinero, obviamente, no quiere perder la cita que tiene en el Seguro Social y decidió salir a la calle a pedir, a recoger diecinueve mil dólares. La forma de hablar y mi lado blandengue hicieron que quisiera ayudarlo, tampoco tengo diecinueve mil dólares pero podía darle algo. Aun así pensaba que al pobre muchacho no le iba a ir demasiado bien, las personas nos han enseñado a desconfiar de las personas y en una cultura como la panameña donde nadie quiere ser el Congo y todos quieren ser los más vivos queda muy poco lugar para el beneficio de la duda.
Sin embargo para mi sorpresa y satisfacción, la gente reaccionó sacando monedas y billetes, el muchacho no veía de modo que tenían que tocarle la mano y entregárselo. Nunca había visto una reacción tan solidaria en el bus.
Se bajó algunas paradas después. Iba solo. Quizá nunca sepa si llego a los diecinueve mil dólares, es más quizás nunca sepa si en realidad era un muchacho con necesidades o un increíble actor. Como sea me hizo bajarme aquella tarde con una sonrisa y esperanza en la personas que aun saben cuando confiar, que aun pueden sacar algo de sus bolsillos, aunque estoy seguro no les abunda y ayudar a quien pide ayuda.
En estos tiempos de desconfianza y egoísmo ese tipo de historias te devuelven un poco de esperanza. Ese tipo de historias te hace sentir parte de una comunidad imperfecta pero noble. Ese tipo de historias son imposibles de vivir dentro de un automóvil de lujo con los vidrios arriba, la música a todo volumen y el aire acondicionado a tope. Ese tipo de historias te hacen sentir parte de la humanidad. O en todo caso, parte de Panamá.
Soy de los que cree en en los metrobus deberian dejar que los vendedores ambulantes vendan sus cosas ¿Sabes la cantidad de gente que vendiendo sus cosas en el bus, sacan el sustento diario?
ResponderEliminarSaludos!