miércoles, junio 16

Ya va siendo hora

Estaba viendo que la última vez que escribí en este blog fue el año pasado. El tiempo pasa, a veces demasiado lento, a veces demasiado rápido. Es un bicho que anda y anda, como decía La Maga. Y que de paso se va de las manos, como me sucede con cuanto zancudo se cruza en mi camino, para suerte del animal y para vergüenza mía.

Leía un blog de Lauri García Dueñas sobre lo que se siente llegar a los treinta. Tengo 27, lo que me hace estar más cerca de los 30 que de los 20, lo cual a veces me gusta, o me asusta, dependiendo del caso y del momento. Y sentí mi pellejo en esas páginas. Mi sangre, y las entrañas que me he ido sacando y se han ido quedando en el camino cuando he intentado vivir la vida, cuando he querido entenderla, y quizás lo más sabio, escribirla.

Sinceramente me dan asco los insectos, pero muchas veces creo que vivir es precisamente eso: un proceso de descascaramiento continuo, a veces voluntario, a veces forzado por lo que eufemísticamente llamamos circunstancia. Al pobre Oliveira le reventaba. Y yo, con mi vocación de cronopia a veces solapada en un trabajo de 7 a 5 y holidays gringos y responsabilidades y todos los etceteras que caen pesadamente en mi a veces maltrecha soltería, no soy muy diferente que digamos, aunque no tenga 40, ni haya pasado años de mi vida vagando en París.

Veo a mis amigas casarse, tener hijos, o por lo menos estar al lado de alguien con quien planean pasar el resto de sus vidas, y me alegro por ellas, y converso con sus hombres, y cargo a sus niños, y después de todo eso pienso en lo lejos que eso está de mí, o en lo cerca que podría estar sin que me dé cuenta. No sé. Quién sabe, a lo mejor ni lo encuentre en este camino a veces plano y a veces tortuoso por el que camino todos los días despojándome de una piel que me protege y que me pesa.

Pienso en la libertad que siento que perdí cuando regresé, porque al irme y a pesar de ser extranjera, en el lado de allá era más fácil encontrar almas errantes, poéticas, idealistas, a veces antormentadas pero también asombrosamente libres como la mía. No fumo, bebo mi par de cervezas sin remordimientos, disfruto el humor negro más que antes. Como dice Lauri, cambio de ocurrencias, mas no de ideas. Y siempre supe, en el fondo, que no encajaría fácilente, mucho menos aquí. Mi rebelión fue de ideas, y en ese camino se cruzaron las letras para agarrarme con sus garras afiladas y no abandonarme nunca.

Pero a veces no me reconozco, y me asusto. De repente se me duermen las letras, y dejo de leer -de comer- y decido que quizás el dolor el mundo es demasiado grande para mis aletas pequeñas que no terminan de salir, y que bastante tengo con mi propio infiernillo personal. Y de pronto me estremezco, logro adivinar detrás de la cortina la sombra de esa oruga retorciéndose, a veces con una foto, a veces con un libro, o con una historia, la tele o lo que sea. Y siento que llego a casa.

"Hay lugares de los que nunca se vuelve", escribió Pérez-Reverte en El Pintor de Batallas. Hay lugares a los que nunca volvemos también, aunque a veces nos duela, o nos consuele.

Cuando era pequeña decía que los 25 era la mejor edad para casarse, y los 27 para tener hijos. Hoy tengo 27 y bueno, las ocurrencias cambian con uno o con las circunstancias, no se sabe, como el problema del huevo y la gallina. En fin... Después dije que no valía la pena casarse, y que quería ser una académica exitosa y dedicarme a viajar por el mundo. No he viajado por el mundo ni mucho menos estoy en la academia, pero tengo un par de entradillas en mi diario de viajes. Y el sueño de la academia no ha muerto del todo.

Con Don Paquito decidí que no había nada más satisfactorio, casi sublime, que vivir para escribir, pero pronto me di cuenta de que no es lo mismo vivir para escribir que escribir para vivir. Nunca ejercí el periodismo, pero no lo descarto. No vivo para escribir, ni escribo para vivir, pero la literatura sigue siendo mi vida. Lo que hace latir mi corazón todos los días, y lo que me gustaría estar haciendo en el preciso momento en que venga a llevarme la encapuchada, que no debe ser tan mala al fin de cuentas.

Y más o menos por ese entonces vi que no valía la pena vivir si se hacía para satisfacer las expectativas de los que nunca pagarán un recibo tuyo ni se pondrán tus zapatos. Es desgastante, y la vida es demasiado corta. Aún con los etcéteras bajo los que vivo todos los días, en medio de todo ese lodo que amenaza con estancarme el vuelo, viene la escritura como un cuchillo y va abriendome, y va sacándome la piel muerta de encima, y va liberando mis alitas para que las empiece a agitar cada vez más rápido, y cuando menos piense ¡zás! En vez de caminar estoy volando.

"Para qué quiero piernas si tengo alas para volar", dijo Frida. Y yo agregaría "para qué quiero respuestas?". Ya cerca de los 30, una de las pocas certezas que tengo -son pocas las certezas que podemos acumular en esta vida- es que no existen las respuestas correctas, que nuestro destino es morirnos con las preguntas con las que nacimos y con las que fuimos acumulando a lo largo del camino. Entonces, ¿de qué sirve vivir buscando siempre las respuestas? Así que creo que ese es el mejor -quizá el único- propósito de año nuevo que puedo repetir hasta que deje de respirar: que la incertidumbre y el misterio también tienen su gracia.

1 comentario:

  1. Que bueno leerte otra vez por acá Isa. Me ha gustado lo que has escrito y creo que cada ser humano puede identificarse un poco.Yo también creo que las incertidumbres son parte de la vida, sin embargo también creo que las creencias (no muchas pero...) firmes y solidas, te dan un base para afrontar la vida misma.
    Espero que pronto tus sueños empiecen a concretarse y que nunca nunca se mueran. =)

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