jueves, septiembre 23

Un mundo Feliz


"Si después de la tormenta vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta despertar la muerte" Willian Shakespeare
Hay libros que se leen en soledad y en soledad se sacan las conclusiones, se apuntan las lecciones, se cierra el libro y se da por terminada su lectura. Otros en cambio te obligan a hablar, a comentar, a pensar y simplemente se niega a que su lectura termine con las páginas. “Un mundo feliz” (Brave New World) de Aldous Huxley es de estos últimos.
Un libro extrañamente profético, fue escrito en 1931, con el reto de ponernos a pensar en donde está y hacía donde va nuestra sociedad. El libro habla sobre una sociedad futurista donde todo es perfecto, donde la felicidad es la máxima y todos los dolores y percances que puede tener una vida normal han sido suprimidos, a excepción de en algunas reservas de “salvajes”, es una sociedad que ha sido condicionada desde pequeños para ser felices y nada más.
Los niños ya no nacen sino que son “decantados” y son creados con las características necesarias para que sean felices según el rol que ejercerán en la vida, por ejemplo a los niños que harán trabajos manuales les enseñan a odiar los libros y la reflexión. En fin es una sociedad aterradora en la cual no se atisba ni la más mínima gota de dolor, rencor o sobresalto.
La trama del libro es bastante buena y atractiva aunque su fuerte pasa más por lo filosófico y sociológico del asunto. El pensar que una sociedad sin dolores, sin enfermedades, sin vejez, sin problemas, sería una sociedad perfecta, es lo más común. Huxley sin embargo nos dibuja como sería esta y nos enseña que el dolor y la falta de control de las situaciones que nos afectan nos hacen más humanos y más conscientes de nuestro rol en esta tierra.
Una de las conversaciones de los personajes nos enseña que el dolor y el sufrimiento también son derechos inalienables de ser seres humanos.
-Es que a mí me gustan los inconvenientes.
-A nosotros no- dijo el interventor- preferimos hacer las cosas con comodidad.
-Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, libertad, bondad, pecado.
-En suma- dijo Mustafa Mond- Usted reclama el derecho de ser desgraciado.
-Muy bien, de acuerdo- dijo el salvaje en tono de reto-. Reclamo el derecho de ser un desgraciado.
-Sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, a tener sífilis y cáncer, a pasar hambre, ser piojoso, a vivir con el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho en fin, a ser un hombre atormentado.
Siguió un largo silencio.
-Reclamo todos esos derechos- concluyó el salvaje.
Mustafa Mond se encogió de hombros.
-Están a su disposición- dijo.
Pocas veces solemos pensar en la incertidumbre y en nuestra fragilidad como seres humanos como un derecho. El poder estar respirando ahora mientras tecleo estas palabras y  la posibilidad que al instante siguiente mi vida pueda terminar, no me hace menos valioso, mi fragilidad como ser humano por el contrario me hace más valioso pues a pesar de todas las miles de cosas que atentan contra mi vida aun estoy aquí y eso no puede ser producto de la casualidad ni de la buena suerte.
La paz que sigue a la tormenta siempre es mejor que la paz ininterrumpida. La vida sin sobresaltos no sería vida. Ojala pueda aprender a apreciar y ver siempre la vida y sus vicisitudes de esa forma y recordar, que la idea de un mundo feliz puede ser mucho más aterrador de lo que parece.

1 comentario:

  1. Yo, personalmente, aprendí a vivir mi vida cuando estuve a punto de perderla.

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