Nadie me
preguntó y por lo tanto nadie está obligado a leerme, y mucho menos, estar de
acuerdo conmigo. No soy ciudadano estadounidense -o americano como le gusta
llamarse a ellos- o gringo como nos gusta a nosotros llamarlos. Pero tengo dos
años y medio viviendo en este país lleno de contradicciones, lleno de riqueza y
pobreza, lleno de conocimiento e ignorancia, de oportunidades y ostracismo. He
conocido gente maravillosa y como dijo mi amiga Andrea en cierta forma he
vivido en una burbuja que está en shock ante lo sucedido
La
moralidad y la política se besan en la más cruel de las aberraciones y el
cristianismo que presume tener raíces profundas parece serque un tronco seco,
lleno de gusanos y listo para ser derribado. Existen excepciones claras, buenas
personas, buenos cristianos, inclusive buenas personas que votaron Trump. Escribo sí, porque gano Trump en una
demostración de que las cosas -oh sorpresa- andan mal en este mundo, pero no me
sorprende, ni siquiera me indigna. ¿Cuándo fue la última vez que conocimos a un
presidente exitoso? ¿Cuál fue la última elección en que sentimos que nuestro
voto valía algo? Que ganara cualquier otro candidato no hubiera sido demasiado
diferente, un político es un político, llámese Hillary Clinton, Donald Trump o
Ricardo Martinelli, Varela, Maduro, Correa, etc.
Escribo
porque he visto como personas a las cuales admiraba y/o respetaba se han puesto
al lado de los supremacistas blanco, anti semitas y anti musulmanes, la iglesia
y el kukuxklán con un candidato en común -cosas veredes- Escribo porque justificar
decisiones políticas con excusas morales y un discurso que de gastado da vergüenza.
Sin embargo,
esta mañana leyendo las noticias, esa tóxica costumbre, debía tener una cara de
preocupación, frustración, tristeza. Mi hijo, Dominic, con sus tres años se me
acerco y me puso una mano en el hombro.
-Papá ¿Está
feliz o está triste? ¿´tá nojadito?
-No,
Dominic, estoy feliz.
-Hay que
tar feliz papá…
Y me dio un
abrazo de aquellos que te borran rabias, sin sabores y secan lágrimas. Entonces
me cayó de golpe, hay muy pocas cosas que puedo hacer para cambiar la
mentalidad de otros, ni siquiera tengo un voto en este país. Sin embargo, tengo
a Dominic y verlo crecer cada día me asusta, un mundo tan volcado al racismo,
al odio al desprecio de la mujer, me asusta, me preocupa, pero puedo hacer lo
que este dentro de mis manos para que el racismo, el sexismo, la xenofobia no
se instalen en su corazón, porque crezca aceptando a todos, respetando a todos,
siendo honesto y leal y obviamente me toca mi serle el ejemplo de que eso es
posible; menuda labor.
El triunfo
de Trump no es el fin del mundo. Pasaran cuatro años y probablemente se
reelija, probablemente no, quizás sea un mal presidente, quizás sea uno bueno,
quizás rescate la economía, quizás la termine de hundir. Pero para todos los
que nos indignamos porque un tipo racista que menosprecia a las mujeres, que
presume de sus abusos sexuales llegue a la presidencia la tarea sigue siendo la
misma, ser nosotros la diferencia, modelar a las futuras generaciones y no
creer ni por un segundo que el mal ha vencido sobre el bien. Se ha escogido un
presidente no tu destino, un puesto político no debería determinar mi enfoque
del mundo y si me permites decirlo, el tuyo tampoco.
Hace unos días conversaba con Hannah sobre un articulo que ella estaba leyendo, el escritor decía "Si somos realmente tolerantes, debemos tolerar su intolerancia, o por lo menos no condenar su libertad de expresarla, asi de ese modo podemos señalar su error" - Perry Nodelman. Si lo que nos ofende de Trump es su racismo, su intolerancia, su sexismo, su machismo cavernario, ¿no es esta la perfecta oportunidad para demostrarles que somos diferentes?
Ya sé que
nadie me preguntó, pero necesitaba decirlo…