Hace un par de días volví a la universidad, un edificio que reune muchos de los mejores recuerdos de mi vida. Aunque iba para una gestión específica, de paso saludar a un par de conocidos, de repente me encontró, de nuevo, la biblioteca. Obviamente el espacio que ocupa es el mismo, pero yo ya no soy la misma, y esa diferencia se sintió, incluso si vestía como una estudiante más: jeans, un collar medio hippie, tenis -asumiendo que no se me notan demasiado los 26 años.
Algunos estantes reubicados, más libros por aquí, colecciones que ahora están más al fondo, las nuevas adquisiciones... Pero fue como volver a respirar uno de los olores mas entrañables de esos años intensos. Las bibliotecas tienen un olor tan peculiar, huelen a libros nuevos mezclados con los viejos, huelen a historia, a conocimiento, a sabiduría, a vidas y mundos que esperan nuestra visita a través del tiempo. Grupos de estudiantes que eran y ya no eran los mismos de antes, quienes atienden al público definitivamente no son los de antes, pero las mesas, los estantes, especialmente los rincones, son los mismos. Ni siquiera la iluminación tenue ha cambiado. Diría que en esos rincones apartados fue donde más viví y experimenté esa bilioteca, donde aprendía a sentirla, a amarla, a extrañarla cuando la etapa estudiantil se terminó y hubo que empezar a trabajar, a escalar profesionalmente, a hacerse "una vida". Cuando la "vida" comenzó a absorber a un ritmo vertiginoso esos momentos preciosos, esa pasión.
Sabía que ya no era la misma persona, eso tenía que ocurrir, pero fue lindo comprobar que hay cosas que permanecen en medio de la carrera de la vida. Que los libros son amigos fieles, pacientes, como si fueran nuestra Penélope tejiendo y destejiendo el mismo lienzo pensando en nuestro regreso. Y saben que, tarde o temprano, terminamos volviendo. Descubriéndonos de nuevo, volviendo a nacer, volviendo a ser.
Eche un vistazo a todas las áreas al principio, como un turista. Encontré la colección de libros de administración y me encantó la variedad que tienen. Casi presté un libro del economista Peter Drucker sobre el capitalismo en una época de crisis, escrito hace más de 10 años que más bien parece un libro de profecías de Nostradamus, porque es exactamente lo que está sucediendo ahora. Lo tomé en mis manos, y luego se me ocurrió buscar un par de libros -esta vez literatura- que queria leer desde hace tiempo. Anoté la clasificación y los busqué. Pero luego vino la magia, o lo que sea, que cuando buscas un libro viene otro y te atrapa en el camino. Que con una frase cualquiera te dice, casi te ordena, que te lo leas. Que vale la pena, y probablemente tenga algún mensaje para ti, una respuesta que buscabas desde hacía tiempo o sino te despierta nuevas preguntas.
Así terminé trayendo a casa uno de mis grandes amores literarios: Dostoyevski, con Humillados y Ofendidos. Luego busqué la autobiografía de Reinaldo Arenas, Antes que anochezca. Y estaba, allí, esperando. Pero a la par estaba Celestino al alba, donde el autor recrea algunas partes de su pasado para contar como nacio su vocación literaria, como venía Celestino para alegrarle las horas muertas, para ayudarle a soportar la tragedia. Y bueno, se me pegó, y ahora estos dos libros están aquí en casa esperando ser abiertos. Los libros son entes con vida propia, aunque no los oigamos respirar o no hagan ruidos, como las plantas. Y se esconden, o se dejan encontrar, con paciencia, o vienen y te ordenan que te los comas, porque en esta vida acelerada e incomprensible, injusta muchas veces, incómoda a ratos, linda por instantes, no hay mucho de donde poder sacar fuerzas para seguir hasta el fin. No como los libros al menos.
Definitivamente no hay reemplazo para la palabra escrita. No importa cuántos digan ahora que los libros desaparecerán en unos años. No hay tal cosa, porque Internet es lo máximo, uno puede tener blogs como este, compartir información en tiempo real, etc. pero no te da ese placer de oler las páginas de un libro recién comprado, o cuando en una biblioteca prestas uno y te encuentras con estampas, anotaciones de otras manos de otra gente que también ha pisado los mismos mundos que esas páginas te muestran. Lo mejor de todo, es esa paciencia estoica, madura, expectante, con que todas esas palabras escritas esperan ayudarnos a mantenernos erguidos en medio de los cataclismos, o para vivir con mayor intensidad las alegrías, para aprender otras lecciones... en fin, amigos que nos esperan y están allí cuando el mundo nos da la espalda, cuando decidimos sepultar sueños perdidos que duelen demasiado. Amigos que nos ofrecen sus palabras para darle un poco de estructura, o hasta sentido, al caos.
Algunos estantes reubicados, más libros por aquí, colecciones que ahora están más al fondo, las nuevas adquisiciones... Pero fue como volver a respirar uno de los olores mas entrañables de esos años intensos. Las bibliotecas tienen un olor tan peculiar, huelen a libros nuevos mezclados con los viejos, huelen a historia, a conocimiento, a sabiduría, a vidas y mundos que esperan nuestra visita a través del tiempo. Grupos de estudiantes que eran y ya no eran los mismos de antes, quienes atienden al público definitivamente no son los de antes, pero las mesas, los estantes, especialmente los rincones, son los mismos. Ni siquiera la iluminación tenue ha cambiado. Diría que en esos rincones apartados fue donde más viví y experimenté esa bilioteca, donde aprendía a sentirla, a amarla, a extrañarla cuando la etapa estudiantil se terminó y hubo que empezar a trabajar, a escalar profesionalmente, a hacerse "una vida". Cuando la "vida" comenzó a absorber a un ritmo vertiginoso esos momentos preciosos, esa pasión.
Sabía que ya no era la misma persona, eso tenía que ocurrir, pero fue lindo comprobar que hay cosas que permanecen en medio de la carrera de la vida. Que los libros son amigos fieles, pacientes, como si fueran nuestra Penélope tejiendo y destejiendo el mismo lienzo pensando en nuestro regreso. Y saben que, tarde o temprano, terminamos volviendo. Descubriéndonos de nuevo, volviendo a nacer, volviendo a ser.
Eche un vistazo a todas las áreas al principio, como un turista. Encontré la colección de libros de administración y me encantó la variedad que tienen. Casi presté un libro del economista Peter Drucker sobre el capitalismo en una época de crisis, escrito hace más de 10 años que más bien parece un libro de profecías de Nostradamus, porque es exactamente lo que está sucediendo ahora. Lo tomé en mis manos, y luego se me ocurrió buscar un par de libros -esta vez literatura- que queria leer desde hace tiempo. Anoté la clasificación y los busqué. Pero luego vino la magia, o lo que sea, que cuando buscas un libro viene otro y te atrapa en el camino. Que con una frase cualquiera te dice, casi te ordena, que te lo leas. Que vale la pena, y probablemente tenga algún mensaje para ti, una respuesta que buscabas desde hacía tiempo o sino te despierta nuevas preguntas.
Así terminé trayendo a casa uno de mis grandes amores literarios: Dostoyevski, con Humillados y Ofendidos. Luego busqué la autobiografía de Reinaldo Arenas, Antes que anochezca. Y estaba, allí, esperando. Pero a la par estaba Celestino al alba, donde el autor recrea algunas partes de su pasado para contar como nacio su vocación literaria, como venía Celestino para alegrarle las horas muertas, para ayudarle a soportar la tragedia. Y bueno, se me pegó, y ahora estos dos libros están aquí en casa esperando ser abiertos. Los libros son entes con vida propia, aunque no los oigamos respirar o no hagan ruidos, como las plantas. Y se esconden, o se dejan encontrar, con paciencia, o vienen y te ordenan que te los comas, porque en esta vida acelerada e incomprensible, injusta muchas veces, incómoda a ratos, linda por instantes, no hay mucho de donde poder sacar fuerzas para seguir hasta el fin. No como los libros al menos.
Definitivamente no hay reemplazo para la palabra escrita. No importa cuántos digan ahora que los libros desaparecerán en unos años. No hay tal cosa, porque Internet es lo máximo, uno puede tener blogs como este, compartir información en tiempo real, etc. pero no te da ese placer de oler las páginas de un libro recién comprado, o cuando en una biblioteca prestas uno y te encuentras con estampas, anotaciones de otras manos de otra gente que también ha pisado los mismos mundos que esas páginas te muestran. Lo mejor de todo, es esa paciencia estoica, madura, expectante, con que todas esas palabras escritas esperan ayudarnos a mantenernos erguidos en medio de los cataclismos, o para vivir con mayor intensidad las alegrías, para aprender otras lecciones... en fin, amigos que nos esperan y están allí cuando el mundo nos da la espalda, cuando decidimos sepultar sueños perdidos que duelen demasiado. Amigos que nos ofrecen sus palabras para darle un poco de estructura, o hasta sentido, al caos.
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