Ayer Panamá alcanzó por primera vez en la historia el tan ambicionado “grado de inversión” es decir se coloca como uno de los países en los cuales se puede invertir confiadamente y que además ha subsanado su deuda externa hasta niveles de confianza, un tema fundamental que se toma en cuenta para darle a un país el grado de inversión es la transparencia, la institucionalidad y la seguridad jurídica. De hecho en Latinoamérica solo hay cinco países con grado de inversión: Chile, México, Brasil, Perú y Panamá. Es decir por donde se vea son grandiosas noticias para un país en pleno desarrollo.
Sin embargo, como siempre, hay muchísima tela que cortar. Panamá se perfila desde hace varios años como una lumbrera en el mundo de la economía en algunos casos nuestros propios vecinos lo han reconocido y es que si somos sinceros la historia y la geografía nos han sonreído. Sin embargo lejos de el grado de inversión económico, de la capacidad de generar empleos y dinero hay otras realidades que deberían hacernos enrojecer o quizá hasta morir de vergüenza.
Lástima que el dinero no sirve para comprar las cosas que de verdad valen la pena. No compran una nación educada, no compran personas que depositen la basura en su lugar, no compran cultura, no compran honestidad. Y es que a pesar de todas las campanas que se quieran soltar al aire el haber obtenido el grado de inversión (que es algo buenísimo y de lo que me alegro y me siento orgulloso) no nos garantiza un mejor Panamá.
La educación sigue siendo igual de mediocre con maestros que amenazan con irse al paro para obtener recreos más largos y profesores universitarios que llegan a improvisar e inventar en salones atestados de estudiantes vagos que basan toda su educación en wikipedia o el rincón del vago.com
Mientras sigamos votando por el más guapo o el más popular, mientras sigamos aplaudiendo a los regueseros y reguetoneros (que son la misma cosa) con sus canciones de sexo y violencia desenfrenada, mientras nuestros gobernantes sigan pensando que están sobre la constitución y nosotros aplaudamos o desaprobemos sus decisiones como si de un juego de fútbol se tratara, Panamá seguirá siendo el mismo que conocemos con tantas cosas hermosas pero con tantas carencias.
Dicen que el pasto del vecino suele ser más verde y quizá haya un poco de cierto en eso, pues a quién se le ocurre quejarse de que su país haya alcanzado un lugar especial en la economía mundial. Sin embargo preferiría tener un país donde los conductores son educados, donde las personas colocan la basura en su lugar, donde los estudiantes están ansiosos por aprender y donde las autoridades lejos de querer embelesar a la gente con propuestas idiotizantes presenten propuestas alcanzables y las lleven a cabo.
No existe país perfecto, de eso soy muy consciente, sin embargo basta darse una vuelta por Costa Rica, por ejemplo, para darse cuenta cómo un país sin “grado de inversión” demuestra cultura, limpieza y educación. No me malinterpreten por favor, estoy absolutamente orgulloso de ser panameño y lejos de rendirme creo que todos estos puntos son razones extras para luchar por un mejor Panamá, sin embargo algunos días como hoy no puedo evitar que ese gusanito de la envidia me haga ver todo lo que nos falta para tener un mejor Panamá.
Ariel